Sin embargo, dos mil años después, en la misma tierra donde brotó aquella enseñanza, los hombres siguen negando la esencia del mensaje. Donde debía fluir la vida, se derrama la sangre.
Por.-Johnny Erasmo.-Todos nacimos del agua de la fuente. Esa es la gran verdad que une a la humanidad más allá de las fronteras, los credos y las razas. El agua es símbolo de vida y de origen, es el primer don que Dios ofreció a sus criaturas, el elemento que nos recuerda que procedemos de una misma fuente.
En el Evangelio de Juan, capítulo 4, versículos 7 al 14, Jesús ofrece a la mujer samaritana el agua viva, esa que sacia para siempre y lleva a la vida eterna. En ese gesto, el Maestro derrumba las barreras del odio y la separación: ya no hay judíos ni samaritanos, solo seres humanos necesitados de la misma gracia.
I. La fuente contaminada por el poder
El sionismo, convertido en un proyecto político y expansionista, ha desviado el cauce de la historia. Nacido con la aspiración de un hogar para un pueblo perseguido, terminó siendo instrumento de despojo y dominio, apoyado por los imperios de siempre —primero los ingleses, luego los estadounidenses— que vieron en él una oportunidad para controlar el Medio Oriente.
El resultado ha sido un ciclo interminable de violencia, desarraigo y muerte. Palestina se ha convertido en una herida abierta del mundo moderno: generaciones enteras nacen bajo la ocupación, crecen bajo el miedo y mueren esperando una paz que siempre se posterga.
Durante más de medio siglo, he escuchado discursos de paz que se repiten como letanías vacías. Cuando el entendimiento parece cercano, surge un fanático, un atentado, una traición. Los que se atrevieron a tender puentes —como Rabin o Arafat— fueron silenciados por las mismas fuerzas que se benefician del conflicto.
II. La industria de la guerra
La paz no llega porque no conviene que llegue. Israel se ha convertido en el brazo militar de los Estados Unidos en Oriente Medio, su centinela y su socio estratégico. El imperio no se alimenta de armonía, sino de conflicto: su economía depende de las guerras que dice querer evitar. Un Estados Unidos sin guerras sería como un pez fuera del agua.
Hablan de libertad mientras venden armas, predican la paz mientras financian la destrucción. ¿Cómo puede llamarse paz a esa que se sostiene sobre el hambre y la ruina de otros pueblos? El discurso diplomático no puede ocultar el negocio de la muerte.
III. La esperanza que sobrevive
Pero más allá de los gobiernos y sus intereses, queda el ser humano. Judíos, palestinos, cristianos o musulmanes, todos beben del mismo manantial de vida que Dios creó. El agua no elige a quién saciar; fluye libre, como debería fluir el amor y la justicia entre los pueblos.
Es cierto que en Israel hay muchos que no profesan el sionismo y que desean la paz, pero son marginados, silenciados, empujados a un quinto plano. También son víctimas del mismo sistema que los utiliza. Y en el otro lado, millones de palestinos resisten no solo la ocupación, sino también el olvido del mundo.
La paz solo será posible cuando entendamos que no hay elegidos ni rechazados, que no hay pueblos superiores ni enemigos eternos, que todos somos hijos del mismo Creador. Solo cuando los poderosos dejen de jugar con la vida de los débiles para mantener su hegemonía, podrá volver a brotar el agua limpia de la fuente.
IV. Conclusión: volver al origen
No hay judíos ni samaritanos. Solo hay seres humanos sedientos de justicia, esperando beber del agua viva que Jesús ofreció a todos. El mensaje sigue siendo el mismo: el amor trasciende las fronteras, la compasión une donde la política divide.
Mientras tenga voz, seguiré reclamando el derecho sagrado a la vida —de todos, sin distinción—, porque todos nacimos del agua, y todos somos hijos de la misma fuente.