🍂El Jardín Marchitado

El Estado

En aquel equilibrio perfecto no existía el odio; la convivencia era tan natural como el viento que acariciaba las hojas.

Cuento de Johnny Erasmo.-En una aldea remota existía un jardín donde la vida transcurría en absoluta armonía. Una pareja vivía allí junto a todas las criaturas que habitaban la pradera. Los herbívoros mantenían la hierba podada al alimentarse, lo que permitía que los árboles frutales crecieran firmes y generosos. Los carnívoros cerraban el ciclo de la vida sin crueldad: no cazaban por placer, sino por necesidad.

El jardín comenzó a marchitarse el día en que llegaron los forasteros. Venían impulsados por la avaricia, deseosos de apoderarse de todo cuanto brillaba. Pronto acapararon los frutos que antes eran de todos, los guardaron en grandes almacenes y los revendieron a los mismos que los habían cultivado.
Quien se negaba a aceptar sus condiciones era expulsado de sus tierras y empujado a zonas áridas, casi inhabitables.

Aquel lugar que antes era un paraíso se transformó en un infierno.
El jardín fértil se volvió desierto, y los nativos fueron confinados a una franja cada vez más estrecha. Los invasores, armados y despiadados, despreciaban a los locales y deseaban borrar su existencia de la tierra que legítimamente les pertenecía. Cada cierto tiempo atacaban para diezmar la población, sembrando el terror como método de control.

Ambos bandos se radicalizaron con el paso de los años. Los invasores luchaban por imponer su hegemonía; los oprimidos, por honrar la memoria de sus muertos. Las religiones se convirtieron en combustible, y la sangre derramada se transformó en una razón para seguir resistiendo, aun cuando la esperanza parecía un lujo.

Entonces nació un líder entre los oprimidos. Era fuerte, inteligente y capaz de unificar a su pueblo bajo un mismo ideal de libertad. Con esfuerzo y el apoyo de algunas comunidades, organizó una resistencia admirable.
Pero pronto descubrió una verdad amarga: la victoria militar era imposible. Por cada enemigo que lograban herir, ellos perdían veinte vidas.

Con pensamiento claro y espíritu dolorido, aceptó un plan de paz. Fue firmado por ambas partes, y por un instante pareció que el jardín podía empezar a reverdecer.

Pero antes de que la esperanza germinara, llegó la traición.
El líder nativo fue envenenado.
El líder invasor que buscaba el diálogo fue asesinado.
Todo retorno a la barbarie, como si el destino se negara a permitirles una tregua.

La comunidad internacional, rápida para lamentarse y lenta para actuar, miró hacia otro lado. El pueblo quedó nuevamente sitiado, saqueado y olvidado, aferrándose a la vida como quien abraza la última brasa encendida en una noche helada.

Hoy, los descendientes de aquellos guardianes del jardín marchitado mantienen una única certeza:
que algún día Dios hará la justicia que los hombres les han negado desde el instante en que la primera flor fue pisoteada.

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