Él le puso corazón a la bachata y le dio luz al alma de nuestra música. Les puso melodía a las costumbres, les dio colores a los sentimientos y les puso fe a los sueños.
De Johnny Erasmo a Enrique Feliz.-Eran tiempos en que las notas musicales podían provocar huidas, cárceles y desapariciones. En ese ambiente, se me acercó un joven cantor que se estaba abriendo surcos con sus versos, su melodía y su guitarra. Yo, que apenas comenzaba a caminar por la vida, pero ya me creía poeta, lo escuché con atención.
Entonces, Enrique me dijo: «Un yaniqueque con mabí no es un buen almuerzo». Yo, que aún no me había desayunado, le respondí con la simpleza del hambre: «Peor es nada».
Fue en ese instante cuando me entonó su canción. No era sólo una melodía; eran quejas hechas música, un lamento hecho arte. Y en esos versos entendí que era preciso hacer lo que fuera para salir de la inestabilidad que nos ahogaba. Comprendí que la libertad es también un pedazo de pan, uno que nutre el alma, y que para vivir no solo necesitamos carbohidratos, sino la paz y la estabilidad que alimentan nuestras emociones. En ese momento, y solo en ese momento, pude comprender por qué un yaniqueque con mabí no era, en verdad, un buen almuerzo.
Desde entonces, siempre he esperado la dulce y valiente melodía de Enrique Feliz. Aquel joven cantor creció, y con él, su leyenda. Después lo vi saborear el «Melao de Mirella», y entendí por qué todos los muchachos iban detrás de ella en la canción. Enrique Feliz tiene sabor a merengue, bachata y son; es, sin duda, una de las más altas expresiones de la cultura dominicana, porque vivió las creencias de su pueblo y les puso música.
Él le puso corazón a la bachata y le dio luz al alma de nuestra música. Les puso melodía a las costumbres, les dio colores a los sentimientos y les puso fe a los sueños. Descubrió que Jesús tiene alma de canciones y que hay música en cada versículo. Y así, recorrió campos, valles, montañas y barrios para llevar su mensaje de salvación envuelto en las mejores notas musicales.
Finalmente, con el paso de los años, de Enrique también aprendí otra lección, una para la vida: que la cerveza se toma bien fría; el té se toma caliente; los problemas se toman con calma; y el vino, a temperatura ambiente.